por MIGUEL MORA

La trampa fue detectada hace año y medio por un estudio de la Universidad de Virginia Occidental, y esto –la fuente y el tiempo transcurrido– es un síntoma más del deterioro de la prensa libre –y no solo de su peor submundo: la de motor–. Volkswagen, símbolo del noble y laborioso empresariado renano, modelo de ingeniería y honradez, mito de la tecnología más fiable y de la potencia exportadora de la locomotora europea, empleó trucos dignos de la Camorra –la mafia napolitana–, e instaló un software diseñado para trampear las pruebas de gases contaminantes en al menos once millones de coches diésel. Si alguien tenía dudas de que el postcapitalismo ha derivado en una timba global dirigida por cuatreros que no dudan en engañar –y envenenar– a los clientes, arruinar el prestigio de sus empresas y expoliar el planeta para cobrar el bonus a final de año, parecería que han quedado despejadas.

La más clásica cultura empresarial europea ha caído en manos de unos informáticos habilidosos y unos ejecutivos trileros. Muchos pensarán que si la muy democristiana VW hacía eso, qué no harían FIAT o Citroën. Cabe colegir que todos lo hacían. El neocapitalismo es así: todos culpables, ningún culpable. Lo grave es que la desgracia de la leyenda industrial alemana –que sigue en el tiempo al desastre sufrido por Lufthansa con el piloto de los Alpes– coincide, y no parece un azar, con la crisis de los valores fundacionales y la desintegración del sueño europeo, a los que tanto han contribuido el pésimo liderazgo de la canciller Angela Merkel y el neocolonialismo contable de su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble.

Berlín, que conocía desde julio la trampa de VW y calló como una iza, lleva un lustro acusando al sur de Europa de todos los males posibles, y de malgastar el dinero de los bancos y los contribuyentes alemanes. La imputación olvida que fueron las grandes empresas alemanas (y francesas) quienes corrompieron durante años a docenas de políticos y empresarios del sur a cambio de contratos, igual que suele olvidarse que fueron los bancos alemanes quienes inflaron la burbuja inmobiliaria española prestando a mansalva e invitando a adultos, jóvenes e inmigrantes a la barra libre de hipotecas.

Hace unos meses, Siemens envió una circular a sus empleados expatriados recordándoles que la ley alemana había cambiado y que quedaba prohibido pagar mordidas en el extranjero. Antes, esa era la norma habitual. En marzo, el consejero delegado de Siemens, Joe Kaeser, fue imputado en Grecia por corrupción, junto a 63 personas más, por haber pagado 70 millones de euros en sobornos a políticos y empresarios griegos durante los felices años del PASOK, Nueva Democracia y los Juegos Olímpicos.

Kaeser reconoció que la compañía tenía “un pasado oscuro”, e invitó al Gobierno de Syriza a mirar hacia el futuro. Schäuble se encargaría de poner a Tsipras en su espacio-tiempo el 13 de julio. ¿Sería ese pasado oscuro distinto en Italia, Portugal y España?

Recuerdo a un periodista alemán que fue largos años presidente de la asociación de corresponsales en Roma. El tipo, que presumía de que nunca iba a hospitales italianos –“el mejor médico, Lufthansa”, decía–, se pasaba el año escribiendo y acusando a los italianos de corrupción y malversación. Salvo cuando llegaba Navidad, que los regalos no le cabían en el despacho.

Pese a este cinismo de base, o quizá gracias a él, desde la creación del euro los alemanes han ido consolidando su posición de líder económico y moral de Europa. Nos han impartido lecciones de rigor contable y han castigado nuestras culpas deudoras mientras acumulaban superávits en la balanza comercial, subían el precio del euro e imponían el austericidio, la miseria y la asfixia a los ciudadanos del sur contra la opinión de los economistas más sensatos.

Usando al BCE, el FMI y a la Comisión Europea como ejecutores, Berlín ha presionado hasta el chantaje a los sucesivos dirigentes de los PIGS –España, Portugal, Italia, Irlanda, Grecia, amenazada incluso con la expulsión del euro– para que aplicaran sus políticas ordoliberales, mientras desmantelaba, primero con la pareja Merkozy y luego con el tándem Merkhollande –ambos meros comparsas– el método comunitario en la UE.

Cada día parece más evidente que la mediocridad tecnocrática que gobierna la Unión Europea y la deriva corrupta y antidemocrática del capitalismo alemán conforman una cultura única que se ha ido imponiendo de arriba abajo, de norte a sur y desde el poder a la periferia y a los electores, y no al revés.

Aunque el principio de Hanlon –“nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez”— no suele fallar, los indicios de que Berlín ha colocado la mala fe, el matonismo y el beneficio propio por encima de los valores de justicia, igualdad y solidaridad son cada vez más patentes, y la llegada del SPD al poder no parece haber mejorado las cosas.

Hace poco, una delegación de la oposición iraní visitó Madrid y me contó que los dirigentes alemanes habían reservado sus vuelos a Teherán cuando la tinta del acuerdo nuclear todavía estaba seca. Al frente de la expedición alemana a Irán viajaba un socialista, el ministro de Economía, Sigmar Gabriel. (Ahh, la Gran Coalición, sueño dorado –y última baliza– de Rajoy y González…).

Viñeta de un periódico griego, tomada de la página de FB de Guillaume Duval.

Eso es la Alemania del siglo XXI. Un tiburón insaciable, una máquina de hacer negocios, una trituradora de democracias y una tuneladora de pensamiento único.

Modelada a imagen y semejanza de su intransferible estructura económica, la Europa merkeliana se ha convertido en un lugar altamente desagradable. Los mercaderes han tomado el poder y este se ha puesto al frente de la gran estafa del beneficio globalizado, contribuyendo al advenimiento de una Europa sádica y arbitraria.

El discurso liberal dominante admite que los problemas del capitalismo son consecuencia de la desregulación financiera. Falso. Esa fue solo la penúltima estafa organizada por los superpoderes. El problema es que el poder financiero ha declarado la guerra a la ciudadanía y la está ganando, como dijo Warren Buffett. La consigna es que los clientes son idiotas y ya no tienen razón. Y que los ciudadanos no deben saber, ni opinar, y mucho menos reclamar sus derechos.

El sistema ha entrado en una espiral que mezcla codicia, ceguera y autoritarismo: el capitalismo pirata. Durante décadas de rapiña, las mafias y las grandes empresas y bancos libres de impuestos y pérdidas han transferido a paraísos fiscales el equivalente a la suma de los PIB de Japón y Estados Unidos. Ahora, la burbuja china ha explotado dejando a los bancos nacionales quebrados y a los países emergentes y europeos sin su principal comprador. Pero Alemania sigue creciendo a base de exprimir a los deudores de la periferia y de explotar a los contratados conminijobs, sean refugiados o no.

Los motores trucados de VW son una bomba política y económica a la vez. ¿Estamos asistiendo al hundimiento o al auge del sistema que ha gobernado el mundo desde la posguerra mundial? Difícil saberlo, porque la decadencia ética del postcapitalismo internauta parece no tener límites. Lo que parece claro es que la política y las democracias que conocimos ya no existen.

Cualquier atisbo de cambio, sea en Grecia, Reino Unido o España, es torpedeado por el búnker ultraliberal desde los gobiernos y los medios, recreando minuto a minuto el sueño húmedo de Berlusconi: un mundo acrítico, frívolo y machista, inundado de noticias inmediatas pero despojado de información real, donde todo es entretenimiento, tertulia, clicks, y casi todo se olvida al instante.

Así, muchos periódicos serios sepultan su viejo prestigio publicando idioteces, vídeos de gatos, pseudonoticias, cotilleos de fútbol, sexo e informaciones pagadas por marcas que no dicen su nombre. Bella forma de vender y anestesiar el pensamiento. Y mientras tanto, los jóvenes del sur huyen de sus países como los refugiados para tratar de labrarse un futuro en el norte del pleno empleo. Y cantidades ingentes de mayores de 50 años saben o intuyen que su vida laboral ha terminado, y no saben si podrán cobrar una pensión.

La idea de Europa se construye hoy, otra vez, no desde la alta política o desde la convergencia sino desde los ministerios del Interior: agolpando a los refugiados de guerras que ella misma alienta en trenes, pateras y jaulas, persiguiendo a los gitanos y los judíos, defendiendo a gobiernos racistas en nombre de la seguridad, las fronteras y el terruño. El mensaje es: ellos están peor. No pasarán a nuestro paraíso.

Lo triste es que, siendo todavía el primer mundo, hace tiempo que la UE dejó de ser un sitio del que sentirse orgulloso. El nivel ético del club se mide con un solo dato: protege a fascistas como Orbán y los Auténticos Finlandeses, expulsa y considera un demonio a Varoufakis.

Humano, demasiado humano, el capitalismo sin ley diseñado por los próceres de Fráncfort, Bildelberg y Davos es un infierno para casi todos menos para ellos mismos y sus mayordomos; controlando la privacidad, los deseos y el futuro de las masas, el Schäublismo va tomando la forma de un fascismo nuevo, invisible y siniestro, sin líderes, tanques ni uniformes, camuflado en pantallas de plasma y reuniones secretas del Eurogrupo.

En eso andamos: postdemocracias dedicadas a desmantelar de Bienestar –salarios, libertades, derechos, oportunidades, educación, sanidad e información. Sepa usted que si pide una hipoteca, su patrón le despedirá y el banco se quedará su casa y le dejará en la calle. Que si se compra un coche alemán, su motor limpio pudrirá el aire que respira. Que si lee un periódico de referencia, estará escrito al dictado de un editor corrompido o de un político corruptor. Que si vota en unas elecciones, no podrá valorar el programa económico de los candidatos y le exigirán que elija un trapo y participe como comparsa en un teatro montado por dos Estados sin soberanía real, que juegan a ser naciones antagónicas pero son en realidad siameses inseparables.

La buena noticia es que, todavía, nos dejan votar de forma más o menos autónoma.

Antes de resignarnos a que sigan engañándonos, o de que nos obliguen a poner fin a la estafa siendo carne de cañón de una bandera o una milicia, nos queda votar en masa contra quienes obedecen, esconden y defienden a los estafadores.

Habrá que dar gracias a los ejecutivos e ingenieros de Volkswagen por comportarse como productores de mozzarella camorristas. Ahora sabemos con quién nos jugamos los cuartos.

MIGUEL MORA

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