Miguel Ángel Soto Caba

Responsable de la Campaña de Bosques de Greenpeace España
01/02/2018

Un mundo rural vivo solo puede ser entendido si tiene en el sector forestal un pilar de su desarrollo

Interesante debate. He leído tanto el artículo como las aportaciones y me ha llamado la atención que no hubiera ninguna mención a los bosques y al sector forestal. Se menciona el modelo agroindustrial, la PAC, la ganadería extensiva, la biodiversidad y la Red Natura…se llega hablar de la minería, de la política de aguas y del ferrocarril, pero ninguna mención al sector forestal.

Aunque se cita que medio rural es el 80% del territorio, se olvida que los montes ocupan el 54% de ese territorio, y de esa superficie forestal 17 millones de hectáreas están cubiertas de árboles. En la mayor parte de la España vacía esta superficie forestal aumenta (como resultado del abandono rural y pese a los incendios y el desarrollo urbanístico), tanto en superficie como en la cantidad de biomasa que albergan.

Por lo tanto, dada la relevancia de la superficie forestal dentro del debate, creo que es obligado tener un proyecto de desarrollo rural que incorpore el monte, su conservación y su cadena de valor (aprovechamientos, industria de transformación, promoción del uso de madera, consumidor final). Y también es importante incluir los riesgos a los que se enfrentan nuestros montes. El paisaje forestal español está ya afectado ya por un incremento de las plagas, los grandes incendios forestales, el decaimiento, la fosilización de las dehesas, etc.

El sector forestal, no sólo la superficie protegida, tiene un potencial enorme para fijar población y dar nuevos usos a superficies hoy agrícolas pero en condiciones muy limitantes de altitud y productividad. El potencial de este sector para la reactivación económica y las políticas de fijación de población es enorme. Y cuidado, no debemos sobrevalorar el subsector del turismo rural o de naturaleza en la solución al problema del desarrollo rural.
En mi opinión, para la construcción de este nuevo relato hay que revisar algunos viejos postulados y abandonar algunos mitos o ideas erróneas.

El primero de ellos es la mitificación del pasado, el falso imaginario de un modelo agro forestal en equilibrio que nunca existió. Durante siglos, la historia de los bosques españoles estuvo marcada por un intenso proceso de deforestación debido principalmente a su conversión a usos agrícolas y ganaderos y a la explotación no sostenible de sus recursos, con la consiguiente merma en el hábitat disponible para numerosas especies de fauna forestal. Y esta deforestación se sirvió del uso del fuego como forma de manejo de los ecosistemas (cuantos puertos de montaña tan fotografiados por bellos son el resultado del fuego)- El uso del cultural del fuego, por cierto, que sigue siendo un problema grave en algunas regiones ibéricas y cuyas vías de solución requieren un acercamiento cuidadoso al sector ganadero que queremos defender. Esta intensificación del uso del territorio afectó a la superficie forestal pero también a los grandes hervíboros o a los depredadores. Esta tendencia se ha revertido, lo cita alguno de los intervinientes en el debate, y nos encontramos con una naturalización del espacio rural, con recuperación de los espacios con matorral y arbolado y la recuperación de especies como el lobo, la nutria, la ornitofauna forestal, etc.

Y respecto al fuego y los incendios forestales, creo también que la nueva política debe huir de la tentación de dar respuestas simples y propagar ideas erróneas durante y después de los grandes incendios forestales que suelen conmocionar a la opinión pública. Es cierto que la moderación, el sosiego y el carácter pedagógico no dan visibilidad al político, mientras que las teorías conspiranoicas y la respuesta fácil y contundente triunfan y dan muchos “likes” y “retuits”. Pero apuntar en caliente al chivo expiatorio de turno (la Ley de Montes, el terrorismo incendiario, los eucaliptos, etc.) no ayuda a hablar de los problemas reales como la falta de ordenación territorial, el fenómeno incendiario, el abandono rural, el cambio climático o el cóctel de causas que se conjugan para provocar estos episodios. No sólo no ayuda a encauzar el verdadero debate en la arena política, sino que hace un flaco favor a los intentos de divulgación de los que llevamos años intentando convencer a la sociedad del carácter complejo y poliédrico del fuego, su papel en los ecosistemas mediterráneos o la necesidad de asumir los nuevos escenarios de riesgo entre la población.

Otra de las cosas que los ibéricos tendríamos que hacernos mirar es la imagen pobre que tenemos sobre nuestro propio paisaje, imagen muy influenciada por la iconografía machadiana y otros ilustres de su generación. En los años 80 el Catedrático Fernández Bernáldez analizaba mediante pares de fotografías las preferencias ambientales de la ciudadanía, y concluía que la percepción del espacio circundante de los habitantes de la piel de toro estaba fuertemente condicionada por la identificación de “naturaleza” con el color verde y la abundancia de agua. Según esta imagen, la naturaleza o la biodiversidad se podría identificar con el paisaje alpino, con bellas montañas verdes con cumbres nevadas, mientras que las estepas murcianas y nuestras montañas mediterráneas de color apagado serían espacios pobres y con mucho menos interés ambiental. Así, la asociación del agua con la vida, y el color marrón y pajizo de la mayor parte de nuestro paisaje durante el estío, produce en el imaginario popular una minusvaloración de los valores ambientales de nuestro territorio.

Hay que combatir esta imagen negativa de nuestro paisaje forestal. Dentro de la UE somos un país relevante en cuanto a lo forestal, pero nuestro paisaje no es verde. Recuperar la autoestima respecto a lo que hemos heredado puede ser una buena forma de contribuir a mejorar la imagen de la España vacía y valorizar la vida en el medio rural.

Otro prejuicio o a idea errónea que debemos combatir es la estigmatización de la motosierra. Dentro del sector primario, por su dureza y carácter épico existe un halo de admiración hacia actividades extractivas como las del pescador, el agricultor, el minero o el pastor; pero no al selvicultor, no al motoserrista. Las actividades del sector primario necesitan ser dignificadas, y si entendemos que la tecnología y la seguridad laboral deben llegar también a los que trabajan en el medio rural, debemos explicar a los urbanitas que para tener paisaje, bosques sanos, setas, madera, pellets, papel, etc. hace falta gente explotando los montes en condiciones de aceptación social y trabajo digno. Y que hace falta más motoserristas (y mejores, por supuesto) para gestionar una parte considerable de la superficie antes cultivada y ahora matorralizada o llena de árboles, y también en las 3 millones de hectáreas repobladas por el Patrimonio Forestal en la postguerra. Podríamos pensar que esto es una obviedad, pero la sociedad urbanita tiende a pensar que las empresas rematantes que actúan en los montes (con maquinaria, ya no se lleva el hacha….) son enemigos de la naturaleza.

Otra postura que habría que desterrar es el de la estigmatización de algunas especies forestales. Recogiendo la contestación científico-técnica a la política forestal de la postguerra y, en especial, las luchas ecologistas contra sus últimos estertores en los años 80’, algunas filas del movimiento ecologista permanecen todavía en la trinchera contra determinadas especies por su papel y contribución al problema de los incendios forestales. A finales de 2017 leí preocupado una Proposición de Ley presentada por el Grupo Parlamentario Confederal de Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea sobre “medidas urgentes para fortalecer la conservación y gestión sostenible de los sistemas forestales y la protección de los suelos forestales afectados por incendios”. En dicha proposición se pedía la limitación de la extensión de “especies pirófitas”, incluidas algunas especies de coníferas que forman parte de nuestro paisaje forestal, dando a entender una relación causa-efecto clara y directa entre el fuego y las especies. En el futuro sería bueno contrastar estos planteamientos con la comunidad científica, en vez de seguir cavando en las viejas trincheras y distrayendo la atención respecto a los verdaderos problemas de los montes.

Y una vez dicho todo esto, me gustaría proponer algunos ejemplos de por donde podría ir la contribución de los partidos políticos en este ámbito.

En Galicia, en estos momentos está trabajando una Mesa de Diálogo para consensuar principios clave para el desarrollo del monte y de las actividades económicas asociadas. Es una experiencia de construcción colectiva de una tesis universal o decálogo mediante el consenso y la pluralidad de actores y sensibilidades. Este grupo tiene una visión de lo forestal en sentido amplio, y resulta interesante porque es una manera de construir consensos incluyendo aquellos actores y disciplinas académicas que pueden aportar y sumar enfoques diferentes hacia los ecosistemas forestales y su gestión.

De manera mucho menos participativa, el MAPAMA ha abierto a la participación un documento titulado “Plan de Actuación Forestal”, elaborado por la Dirección Gral de Desarrollo Rural y Política Forestal de la Secretaría General de Agricultura y Alimentación junto con una parte del sector forestal. La dinamización del sector forestal es, en principio, un paso positivo, pero la clave del proceso será la intención política real de asignar recursos económicos al sector. En cualquier caso, parece fundamental la implicación de todas las fuerzas políticas en este debate y, llegado el caso, apoyo a la dinamización del sector.

Sirvan estos ejemplos para reclamar la vuelta del espíritu de consenso conseguido entre los grupos parlamentarios del Senado cuando en mayo de 2011 apoyaron una moción que instó al Gobierno a elaborar y propiciar una estrategia de mejora de la competitividad del sector forestal y de la madera, en colaboración con las CC.AA, asociaciones forestalistas e industria. En aquella moción se proponían, entre otras medidas: incentivar y apoyar Planes de Ordenación y Aprovechamiento de los Montes y sus Recursos Forestales que fomenten el mejor uso de los mismos, su ordenación, la agrupación de propietarios y cuantos objetivos sean necesarios para lograr un uso más sostenible de los montes; la promoción del uso de la madera como material de origen sostenible y reciclable; fomentar el apoyo a la certificación forestal como instrumento que garantice la gestión sostenible del monte de cara al consumidor contribuyendo con ello a la no degradación y destrucción de los bosques; fomentar el “vertido cero” de madera al vertedero; promover en los procesos de compra pública la compra verde para fomentar la utilización de productos de madera; etc.

No me extiendo más. Un mundo rural vivo solo puede ser entendido si tiene en el sector forestal un pilar de su desarrollo.

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