
Los espectáculos pirotécnicos generan altos picos de contaminación por óxido nitroso, dióxido de azufre y micropartículas en suspensión que conviene evitar, por nuestra salud y la del medio ambiente.
El poliestireno expandido, conocido popularmente como “corcho blanco”, es un habitual desde hace años en la composición de las Fallas de Valencia. Se trabaja con facilidad en los talleres falleros y también está presente en escenarios de grandes eventos, en cines y teatros.
Además, al ser un derivado del petróleo, la fabricación es bastante contaminante también, no solo al quemarse.
Cada año se producen hasta 10.000 toneladas de residuos, un derroche lumínico inimaginable, contaminación acústica incesante y emisiones de gases a la atmósfera. Los explosivos que se utilizan son altamente tóxicos y están compuestos con materiales químicos como sal de potasio del ácido perclórico (perclorato de potasio), aluminio, bario, carbono, cloro, litio, fósforo, sulfuro, antimonio, estroncio, titanio y otros no menos perjudiciales quemados por toneladas cada uno de los días que dura esta singular fiesta.

Pero no es solamente esto, lo que en las Fallas originales eran trapos y muebles viejos se han sustituido por materiales altamente tóxicos como pinturas, poliestireno expandido, fibra de vidrio, pegamentos, entre otros. Todo esto contribuye a elevar los niveles de contaminación, que tan perjudicial es para el ser humano.
Además, hace años que el conocido “suro blanc” o poliestireno expandido se convirtió en el principal material para el modelado de los monumentos. Este material procede del petróleo es lo que permite que la falla arda más rápidamente, pero el inconveniente es que es mucho más tóxico.
Una vez más el medio ambiente y la salud pública se enfrentan a los beneficios económicos y la fama. Una eterna disputa en la que parece que los primeros siempre son los perjudicados.
Cambio de ciclo
Si volvemos a construir fallas con madera y cartón seguramente la contaminación se vera reducida y si investigamos en eventos pirotécnicos alternativos, conseguiremos adaptar nuestras fiestas progresivamente hacia un respeto ecológico menos contaminante. Las juntas falleras deberían dejar de premiar la aparatosidad y grandeza de los monumentos falleros (relación directa con la inversión económica) y empezar a valorar más la eficiencia ecológica, la investigación en dichas alternativas respetuosas con el medio y el compromiso de cada Falla, con la reducción del tamaño de los monumentos compensado así el gasto en investigación, necesario para crear una alternativa de futuro que afiance la fiesta y su calidad humana.