Monográfico sobre este tema polémico que creemos que es clave para encarar nuestro futuro como especie y como individuos que no debemos olvidar que venimos de la especie del orden de los primates perteneciente ésta a la familia de los homínidos.
Vicenç Navarro – Consejo Científico de ATTAC España
Este artículo critica la narrativa del movimiento que favorece el decrecimiento, que puede utilizarse fácilmente por los portavoces del capital financiero, uno de los mayores causantes de la crisis actual. El artículo también critica algunos de los conceptos de tal movimiento.
¿Qué está pasando en España? Los datos lo muestran con toda claridad. Estos datos señalan un enorme desempleo, que va acompañado de una tasa de empleo bajísima (es decir, que el porcentaje de la población adulta que trabaja es muy, pero que muy bajo); un gran aumento de la pobreza (uno de los mayores en la Unión Europea); una bajada de salarios (también de los más bajos de la Unión Europea); una reducción del gasto público en servicios básicos como la sanidad, la educación o la vivienda; y así podríamos añadir más y más hechos que están afectando muy negativamente al bienestar y calidad de vida de las clases populares, que son la gran mayoría de la población. Todos estos hechos están causados en gran medida por el enorme dominio que el capital financiero (y muy en especial las instituciones bancarias) tiene sobre la gobernanza del sistema económico (y, a través de él, del sistema mediático y político del país), anteponiendo sus intereses económicos particulares a los intereses generales de la población. Una consecuencia de este enorme dominio es el escaso crecimiento económico que estamos experimentando resultado de que las instituciones bancarias quieren anteponer el control de la inflación (el enemigo número uno de la banca) al crecimiento económico, facilitando así la destrucción de empleo, la bajada de salarios y la reducción del consumo. Cualquier estudioso y conocedor del sistema económico puede ver que las políticas de austeridad (que están haciendo un enorme daño al bienestar de las clases populares) son parte de las políticas públicas impuestas por el Estado, siguiendo las instrucciones de las instituciones financieras, con el objetivo de optimizar sus beneficios (ver V. Navarro y J. Torres, Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero, 2012).
Ni que decir tiene que tales políticas son sumamente impopulares. Su aplicación es causa del gran deterioro de la legitimidad de las instituciones democráticas representativas, que de una manera creciente se perciben que no les representan y que no defienden sus intereses. En realidad, el aumento tan notable de las izquierdas radicales en las últimas elecciones al Parlamento Europeo es un claro ejemplo del rechazo popular a dichas políticas de austeridad, así como al intento del capital financiero de disminuir los salarios y la demanda de productos y servicios por parte de las clases populares.
Basado en lo dicho anteriormente, me parecería un profundo error que, inmediatamente después del resurgir de las izquierdas radicales, estas dijeran que este descenso del crecimiento económico y de la demanda es, después de todo, bueno para las clases populares, y que la austeridad es también algo que las beneficia. La utilización, con connotaciones positivas, de estos términos y conceptos, como decrecimiento y austeridad (que han sido promovidos por las derechas más reaccionarias que el país haya tenido durante la época democrática) me parece, además de un profundo error, un acto de suicidio político. Decirles a dichas clases populares que este descenso del crecimiento es bueno para ellas, pues tienen que reducir su consumo (ya muy limitado), aplaudiendo la austeridad con el argumento de que les irá bien para su bienestar, será visto y percibido como un signo de falta de sensibilidad hacia sus necesidades. De ahí que aplaudir el decrecimiento y saludar la austeridad me parecería, no solo un suicidio político, sino también una gran insensibilidad social y desconocimiento del drama que las clases populares están sufriendo.
La necesidad de no utilizar términos y conceptos del adversario
Para evitar esta percepción, parecería aconsejable que las fuerzas progresistas no utilizaran la misma narrativa que utiliza el adversario (cosa que, por desgracia, ocurre con excesiva frecuencia en los discursos de las izquierdas en España). El lenguaje que se utiliza en cada país y en cada situación no es neutro y tiene un significado que le ha dado el contexto político. De ahí que si, en la utilización de estos términos, lo que se quiere subrayar es que el crecimiento motivado por la ética capitalista de beneficio al capital es dañino para el bienestar de la población, entonces el término “crecimiento” debería adjetivarse y definirse como crecimiento capitalista. Hablar sobre el crecimiento, en general, sin más, es olvidar que se puede crecer produciendo tanques, pero también se puede crecer curando el cáncer, se puede crecer consumiendo recursos limitados, y se puede crecer ahorrándolos. El motor de la economía bajo el capitalismo es la acumulación del capital, cosa que la evidencia científica muestra que entra en conflicto con la atención y gestión de las necesidades humanas. Cualquier conocedor de estas últimas es consciente de que las necesidades desatendidas son enormes. Se haga como se haga, su cobertura necesitaría actividad económica, que se traduciría en crecimiento económico.
El tema no es, pues, crecimiento o no crecimiento, sino qué tipo de crecimiento. Ahora bien, frente a este argumento se me dirá, por parte de algunas voces a favor del decrecimiento, que cualquier tipo de crecimiento es malo porque inevitablemente consume recursos finitos. Creo que este argumento maltusiano es erróneo y la evidencia que lo cuestiona es abundante. Basta mostrar lo incorrecto de dicho supuesto mirando lo que ocurre a nuestro alrededor. Veamos la situación en España.
Hay otras formas de crecimiento
Si en lugar de tener (como ocurre en España) una persona adulta de cada diez trabajando en los servicios públicos del Estado del Bienestar (tales como sanidad, educación, servicios sociales, escuelas de infancia, servicios domiciliarios a personas con dependencias, y un largo etcétera) tuviéramos alrededor de una de cada cuatro (como en algunos países nórdicos en Europa, que han tenido históricamente movimientos progresistas, hegemonizados por las izquierdas -que han gobernado aquellos países durante la mayoría de años después de la II Guerra Mundial-), tendríamos seis millones más de trabajadores, eliminando el desempleo. Y si en lugar de trabajar cinco días a la semana lo hicieran cuatro, los nuevos puestos de trabajo serían nueve millones. Estos trabajadores no estarían consumiendo materias finitas, pues estarían proveyendo servicios personales, la parte de la actividad económica que es, por cierto, la menos desarrollada de la economía española, en parte como consecuencia del escaso poder, no solo de las clases populares, sino también de la mujer, que es la que está sobrecargada con este tipo de trabajos (como consecuencia, las mujeres españolas tienen tres veces más enfermedades causadas por el estrés que los hombres).
Se me dirá que, al tener seis o nueve millones de personas trabajando en lugar de estar parados, consumirán, por ejemplo, más recursos que son finitos. Y el caso que siempre aparece es el de las energías no renovables: el petróleo, el carbón, etc. Ahora bien, hay otras alternativas. La mayor fuente de energía hoy existente en el mundo es la energía solar, que, por cierto, está muy poco desarrollada, en parte por el enorme poder que tienen las empresas de energías no renovables sobre los Estados. Como bien indicó el padre del ecologismo progresista en EEUU, el profesor Barry Commoner (que criticó extensamente la visión maltusiana del ecologismo conservador de Paul Ehrlich, el autor más conocido en España, galardonado paradójicamente por el gobierno Tripartito en Catalunya), muchas veces en la historia de la humanidad la definición de finito se ha redefinido, encontrando alternativas (ver los trabajos de Commoner en mi blog www.vnavarro.org).
La búsqueda de alternativas
Hacer esta observación no implica la trivialización del proceso de buscar alternativas, lo cual es un proceso urgente y necesario (ver V. Navarro, J. Torres y A. Garzón, Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España, 2011). Pero de la misma manera que bajo el capitalismo se han podido encontrar alternativas a recursos finitos, habría incluso más posibilidades bajo un sistema socialista. Sé que se me dirá que el “socialismo real” no cambió un ápice del sistema de producción y consumo, lo cual es cierto, pero solo hasta cierto punto. Esta acusación suele hacerse por parte de autores cuyo conocimiento del socialismo es muy limitado. El socialismo se hace o deshace diariamente, incluso bajo el capitalismo. Cuando se establece un programa que atiende a la población cubriendo sus necesidades, siendo financiado con fondos públicos adquiridos según el nivel de renta y propiedad del ciudadano (“a cada uno según su necesidad, de cada uno según su capacidad”), dentro de un sistema en el que tanto las necesidades como los recursos han sido definidos de forma auténticamente democrática, se está construyendo el socialismo, independientemente de cómo se le llame.
El establecimiento del Estado del Bienestar, por ejemplo, fue una gran conquista humana liderada por la clase trabajadora, a la cual le costó sangre, sudor y lágrimas el conseguirlo. Referirse a este establecimiento como una medida que perjudicó a la humanidad porque consumió recursos finitos parece, además de una ofensa a los millones de personas que lucharon con un enorme coste personal para conquistar tales derechos sociales y laborales, una incorrección que los datos no confirman. En realidad, la derrota del fascismo y del nazismo permitió una época (del 1945 al 1980) de grandes conquistas sociales y laborales, consecuencia de la fortaleza del movimiento obrero a nivel internacional, que determinó un aumento del nivel de vida y bienestar social de las clases populares, poniendo al mundo del capital a la defensiva. Su respuesta (el neoliberalismo, iniciado en la década de los años ochenta) intentó, exitosamente, reducir aquellas conquistas sociales y el bienestar de las clases populares. España fue un caso atípico, pues estuvo bajo el fascismo hasta casi el final del periodo 1945-1980, lo cual explica en gran parte su enorme retraso social, con la gran pobreza de su consumo y gasto público, incluyendo el social. El crecimiento económico, por cierto, en la mayoría de países a los dos lados del Atlántico Norte fue menor en el periodo 1980-2012 que en periodo 1945-1980, con lo cual los favorables al decrecimiento favorecerían el segundo sobre el primer periodo. Y aplaudirían la situación de aquellos países, incluyendo España, porque retrasándose en su gasto público favoreciendo su decrecimiento. Tal actitud lleva a negar a los países donde la mayoría de la población es pobre a que puedan salir de la pobreza, pues se les prohibiría que crecieran. El argumento de que el crecimiento de todos estos países crearía una catástrofe, además de condenarlos a la pobreza, niega la posibilidad de que haya otras formas de crecer, lo cual es insostenible basándose en los que hoy conocemos.
Desde el principio del capitalismo hubo voces que alertaron de los peligros del crecimiento de la población, que consumiría los escasos recursos existentes en la Tierra. Thomas Malthus fue el más conocido. En su libro An Essay on the Principle of Population sostuvo la tesis de que el crecimiento de la población era mucho más rápido que el crecimiento de los alimentos, con lo cual vaticinaba la expansión del hambre en el mundo. Hoy, los Estados de los países desarrollados están subsidiando a los campesinos para que no produzcan más alimentos. Y países donde el hambre era enorme pudieron resolver su hambre, cambiando la propiedad de la tierra mediante revoluciones socialistas. Es difícil sostener la tesis de que no hay o no habrá suficiente alimento en el mundo para alimentar a una población varias veces superior a la existente hoy.
El problema es político, no económico
El consumo de recursos finitos no es intrínseco al crecimiento económico, sino al tipo de crecimiento, y es ahí donde la respuesta al problema actual es de carácter político, que es precisamente lo que un gran número de proponentes del decrecimiento ignoran. Lo que la catástrofe climática (y no hay otra manera de decirlo, pues es una catástrofe real) muestra es que el capitalismo (incluida su versión estatal) es incompatible con la sostenibilidad y la calidad de vida y el bienestar de la humanidad. De ahí la necesidad y urgencia de cambiar de sistema de gobernanza de la actividad económica a fin de poner dicha actividad al servicio de la población, en lugar de al servicio de la acumulación de capital. Ello requerirá una transformación profunda de los sistemas políticos, con su masiva democratización, rompiendo el control del poder económico sobre las instituciones políticas. Este es el tema clave que se está evitando al poner los huevos en la cesta del decrecimiento. Los teóricos, como Ivan Illich, que quieren volver nostálgicamente a un pasado idealizado que nunca existió son fácilmente manejables por parte de las estructuras de poder, que no se sienten amenazadas con sus mensajes centrados en cambios de comportamiento y consumo (que, aunque sean necesarios, son dramáticamente insuficientes). Tampoco resuelven el problema controlando el tamaño de la población mundial, como Alan Weisman está pidiendo (La cuenta atrás), y haciendo que las familias puedan tener solo un niño, con lo cual la población mundial retrocedería hasta la que había en el año 1900.
Lo que se requiere son cambios políticos masivos que provoquen una redistribución masiva de recursos, tanto entre países como dentro de cada país. Se dirá –como ya se ha dicho- que esta democratización no resolverá el problema, pues la gente querrá el mismo tipo de consumo y producción que existe. La democratización es, sin embargo, mucho más que votar en elecciones representativas. Es cambiar las estructuras de poder dentro de cada país y a nivel mundial, rompiendo el dominio casi absoluto que el capital, tanto financiero como industrial, tiene sobre las instituciones políticas. La catástrofe climática requiere una revolución democrática a nivel mundial, redefiniendo los sistemas de producción, distribución e información, con cambios de indicadores, desarrollando otras maneras de medir la actividad económica de un país, como el nivel de felicidad y bienestar de la población (ver en www.vnavarro.org, “La economía política de la felicidad”, Sistema, 31.01.14).
Y ahí está uno de los puntos más débiles de las teorías del decrecimiento. Están despolitizando el tema del crecimiento y del tipo de crecimiento. De ahí su visibilidad mediática. Y despolitizan un fenómeno profundamente político, basando sus posturas en la teoría errónea que asume que la división entre derechas versus izquierdas es irrelevante porque afirman que las izquierdas, cuando mandan, hacen las mismas políticas consumistas que las derechas. Además de no ser cierta esta aseveración (ver V. Navarro, “Has socialism failed? An analysis of health indicators under socialism”, International Journal of Health Services), esta postura, rechazando dicha división por “anticuada” (el término más común para marginar a las izquierdas), ignora que la propia evolución del capitalismo está creando las bases para una amplia alianza de las clases populares para llevar a cabo una transformación profunda que permita la generalización del principio (central en el proyecto histórico de las izquierdas) de que “a cada uno según su necesidad, de cada uno según su capacidad”, en procesos auténticamente democráticos. El conflicto hoy es, como siempre ha sido, no sobre los recursos sino sobre el control de tales recursos. Y ahí está el quid de la cuestión. El tema no es, como Malthus indicó, que no haya recursos suficientes para el tamaño de la población, sino el control de tales recursos. Sería importante que las izquierdas radicales no lo olvidaran.
Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO
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Para ver y contrastar posturas os dejamos aquí una entrevista a favor del decrecimiento.
Reconstruir la Resiliencia Local. Entrevista a Begoña de Bernardo
Begoña de Bernardo es Ingeniera Agrónoma y Promotora del Centro de Resiliencia Pousadoira. Durante la entrevista responde a las siguientes cuestiones: 1. El aumento de complejidad en la sociedad no siempre permite mejores rendimientos ¿Podría explicarnos en qué consiste la ley de los rendimientos decrecientes y darnos algún ejemplo? 2. ¿Ha habido una pérdida de resiliencia de las comunidades con la crisis energética, económica y ecológica? ¿Cuáles son los aspectos prioritarios para una comunidad local a la hora de reconstruir su resiliencia? 3. ¿Dónde estaría el equilibrio entre la complejidad y la resiliencia? ¿Qué tecnologías de nuestra civilización sería útil mantener? 4. ¿Cuáles son los cambios culturales que necesitamos promover para construir sociedades y territorios sostenibles? 5. ¿Por qué la reconstrucción de la resiliencia local en los países industrializados puede suponer una oportunidad para avanzar en la justicia redistributiva entre el Norte y el Sur? 6. ¿Qué es el Centro para la Resiliencia Pousadoira? ¿Cuáles son sus objetivos y qué actividades realizáis en él? La entrevista forma parte del material básico del Curso “Estrategias para la resiliencia local: transiciones hacia el decrecimiento y el buen vivir” y, en concreto, de la segunda sesión del primer módulo, titulada “Reconstruir la Resiliencia Local”. Este documento audiovisual se ha producido en el marco del proyecto de formación “El desarrollo local a través de sus agentes sociales. Una mirada a la economía social y al desarrollo sostenible” coordinado por Solidaridad Internacional Andalucía y financiado por la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional para el Desarrollo. Guión de contenidos elaborado por Begoña de Bernardo, Solidaridad Internacional Andalucía y Asociación Cámara Libre. Equipo técnico de Solidaridad Internacional Andalucía: Marcos Rivero Cuadrado y Moisés Rubio Rosendo. Producción técnica realizada por la Asociación Cámara Libre: Luis Picazo, Manu Picazo y Natalia Peña.
Entrevista a Carlos Taibo por Rosae Martín (Jesús)No podemos seguir produciendo a costa de los recursos limitados del planeta, de los ciudadanos del Tercer Mundo o incrementando el cambio climático. Decrecer es necesario y supone un cambio de valores, como desarrolla Carlos Taibo en su libro ‘En defensa del decrecimiento’ (Editorial Catarata) y en la publicación “El decrecimiento es el futuro”. Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política en la UAM. La crisis existente se centra en la economía, pero no es la más importante a la que asistimos.

-¿Qué hay más allá del descalabro financiero?
-Creo que hay como poco otras tres crisis importantes.La primera se llama cambio climático, que es un proceso ya activo que no tiene ninguna consecuencia saludable. La segunda es el encarecimiento inevitable en el corto y medio plazo de la mayoría de las materias primas energéticas que empleamos y la tercera y última, por dejar las cosas ahí, es la sobrepoblación que afecta a buena parte del planeta. La crisis financiera es la única que interesa a nuestros medios de comunicación y a nuestros gobernantes y creo que se ha traducido en un retroceso visible en el tratamiento de las otras tres. Algo que me aconseja concluir que el escenario es realmente muy delicado.
-¿Por qué afirma que “desde la economía oficial se confunden interesadamente crecimiento y bienestar” y por qué considera falsa esa afirmación?
-Uno de los grandes mitos de la economía oficial es el del crecimiento. La economía oficial dice que el crecimiento genera cohesión social, que facilita el asentamiento de los servicios públicos y que dificulta el crecimiento del desempleo y de la desigualdad. A mí me parece que sobran las razones para cuestionar todo esto. El crecimiento económico no provoca necesariamente cohesión social, y se traduce a menudo en agresiones medioambientales literalmente irreversibles, facilita el agotamiento de recursos escasos que no van a estar a disposición de las generaciones venideras y nos sitúa en un marco de un modo de vida esclavo que nos aconseja concluir que seremos más felices cuantos más bienes acertemos a consumir. Todas estas “verdades” merecen ser cuestionadas hipercríticamente.
-¿Qué efectos negativos planetarios ha tenido el crecimiento del mundo occidental?
-El crecimiento del mundo occidental se ha traducido en dos circunstancias importantes que tienen que ver, no ya con el crecimiento, sino con el propio capitalismo. La primera nos habla de un sistema incapaz de resolver los problemas vitales de la mayoría de los habitantes del planeta. Y la segunda se refiere al despliegue de procedimientos de agresión contra la naturaleza que ponen en peligro la vida de la especie humana y de las demás especies. Con ello no estoy afirmando que en todo momento el crecimiento haya sido un factor negativo.
-Asegura que “el crecimiento en los países del Norte propicia el asentamiento de un modo de vida esclavo”, ¿por qué?
-Porque nos invita a concluir que vamos a ser más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos y más bienes acertemos a consumir. En el libro me refiero a los tres pilares de esta sinrazón: el primero es la publicidad que nos obliga a comprar lo que no necesitamos, el segundo es el crédito que nos permite conseguir los recursos aún cuando carezcamos formalmente de ellos, y el tercero y último es la caducidad, los bienes están programados para que dejen de servir en un periodo de tiempo muy breve y nos veamos en la obligación de adquirir otros nuevos.
-Entonces, ¿el decrecimiento trae consigo un modo de vida más libre, basada en el principio de “Trabajar menos para trabajar todos”?
-Al menos puede traerlo. Nos invita a liberarnos de determinadas ataduras y a ser más conscientes de lo que hacemos. La apuesta de quienes defendemos el decrecimiento es generar un escenario en el que trabajando menos, consumiendo menos, y dedicando más tiempo a la vida social, la calidad de nuestra vida se acreciente sensiblemente. Acrecentaría el tiempo dedicado a la vida social, en detrimento del consumo, la producción o la competición. El decrecimiento implicaría la gestación de fórmulas de ocio creativo, acarrearía el reparto del trabajo -que es una vieja demanda sindical que ha ido cayendo en el olvido-, nos obligaría a reducir el tamaño de mastodónticas infraestructuras de transporte y de comunicación, permitiría un vuelco sobre lo local en vez de sobre lo global y reclamaría una relación de simplicidad voluntaria y de sobriedad que creo que cada vez falta más entre nosotros. Lo que tenemos que hacer desde el principio es preguntarnos si la vida que llevamos en sociedades marcadas por el trabajo y por el consumo es realmente la vida que nos gusta.
-Eso supone un importante cambio de mentalidad…
-Claro. Más que dificultades técnicas o tecnológicas en el decrecimiento -que no las aprecio, y en cualquier caso serían menores que las vinculadas con los proyectos de crecimiento-, creo que lo que implicaría sería un cambio de chip mental que tendría que ser radical. Aprender a relacionarnos con los restantes seres humanos y con la naturaleza de manera diferente.
-Pero, ¿cree que las empresas dejarían de producir por sí mismas, a menos que los ciudadanos dejemos de consumir?
-Creo que deberíamos dejar de consumir por un lado, y por otro ejercer presión para que aquellas empresas que se dedican a producir bienes lesivos para la naturaleza dejen de hacerlo. En cualquier caso nuestra apuesta tiene que ser por cerrar parte de la actividad en industrias como la automovilística, la militar, la de la aviación, la de la construcción o la de la publicidad, por proponer cinco ejemplos. Alguien se preguntará, ¿qué hacemos con los millones de trabajadores que en la UE quedarían en desempleo de resultas de lo anterior? Pues por un lado colocarlos en una economía social y medioambiental que tiene que crecer y por el otro repartir el trabajo en los sectores económicos que permanecerían sobre el terreno.
-¿El dinero tiene que volver a tomar cariz humano, social y medioambiental?
-Supongo que a la larga nuestro propósito sería abolir el dinero, pero si en sociedades complejas tenemos que seguir utilizando estos instrumentos, en efecto, habría que dedicar no ya al dinero, sino al conjunto de las actividades económicas, una dimensión social y medioambiental mucho más grande de la que tienen hoy.
-Afirma que hay un tiempo para cambiar, que “si no decrecemos voluntariamente y racionalmente tendremos que hacerlo obligados por las circunstancias de carestía de la energía y el cambio climático”. ¿Qué supone hacerlo en uno u otro caso?
-Es claramente preferible -ya que tenemos que decrecer porque el planeta tiene sus límites-, hacerlo de manera consciente, racional, solidaria, social y ecológica, y no aguardar a que el capitalismo global que padecemos se desfonde y genere un caos de escala planetaria que por fuerza llevará aparejado un sufrimiento ingente para la mayoría de los habitantes del planeta. Creo que al final ese es el mensaje central, que empleo en el libro.
-Ante la crisis, ¿cuáles son los posibles escenarios futuros?
-Yo manejo dos escenarios distintos. Uno nos habla de un renacimiento de los movimientos de contestación, que probablemente van a ver cómo muchos de los mensajes aparentemente radicales que emitían, van a encontrar un mayor caldo de cultivo. El otro escenario lo llamo darwinismo social militarizado, y son fórmulas que recuerdan poderosamente a muchas de las políticas que abrazaron los nazis alemanes ochenta años atrás. Implican que desde algunos de los principales estamentos del poder político y económico -conscientes de la escasez general que se avecina-, se decida preservar esos recursos escasos en provecho de una escueta minoría de la población planetaria, de la mano de proyectos por fuerza violentos.
-¿De qué dependerá que se viva una u otra opción?
-En buena medida de nosotros, de nuestra lucidez a la hora de ser capaces de modificar las reglas del juego, de plantear en serio a los dirigentes políticos horizontes distintos de los que ellos mismos están defendiendo ahora. Eso sería ahora que tenemos tiempo, aunque empieza a faltarnos. De cualquier manera hay algunos datos incipientes que demuestran que los ciudadanos de a pie empiezan a percatarse de la sinrazón de nuestra actual forma de vida.
-Centrémonos en el segundo escenario. ¿Son posibles las revueltas de una sociedad descontenta, que quiere mantener sus privilegios y estado económico y expulsa a los más pobres e indefensos?
-Creo que es perfectamente creíble que en ese escenario de darwinismo social militarizado se produzca lo que tú estás sugiriendo, y en realidad sospecho que muchas de las políticas que empiezan a emerger en los países ricos hunden sus raíces en proyectos de esa naturaleza. No es estrictamente preciso hablar de revueltas. Si uno presta atención a las nuevas leyes sobre inmigración que está aprobando la aparentemente civilizada UE, estará obligado a concluir que algo de esto se está cociendo.
-¿Podríamos incluso asistir a la extinción democrática?
-Es uno de los riesgos que está en el horizonte, o en su defecto una reducción dramática de nuestros derechos justificada legalmente sobre la base de procedimientos aparentemente democráticos. Creo que este es un horizonte perfectamente creíble en los países democráticos
-¿Cuál es su propuesta alternativa? ¿Necesitamos volver a una conducta colectiva, creando un movimiento en favor del decrecimiento?
-Tenemos necesidad de hacerlo, pero tenemos también la obligación de modificar nuestros hábitos cotidianos. Creo que una de las ideas del pasado que conviene cuestionar es la de que sólo vamos a transformar esto si actuamos de manera colectiva. Tenemos que actuar colectivamente, pero difícilmente vamos a modificar las cosas si en nuestra vida cotidiana no somos capaces de introducir esos valores que reivindicamos para el futuro.Movimiento por el decrecimiento: Consumir menos para vivir mejor. Pretende ser una alternativa al modelo de crecimiento vigente, y promover una prosperidad estable, solidaria y duradera El movimiento por el decrecimiento trata de romper la teoría de que para ser feliz hay que consumir y producir más. Además, los defensores de esta teoría afirman, que el modelo económico actual persigue un crecimiento ilimitado a partir de recursos limitados y que producimos basura a un ritmo imposible de asumir por los ecosistemas.. EL CÍRCULO DE LAS 8Rs DE SERGE LATOUCHE
Todos los regímenes modernos, sean de la condición que sean, son “productivistas”, por ello un cambio radical se alza necesario: la revolución cultural es la alternativa. Así, Serge Latouche propone las 8Rs del decrecimiento:
Revaluar Vivimos de los viejos valores burgueses: honestidad, transmisión del saber, trabajo bien hecho… Pero, a la hora de la verdad, solo cuenta el dinero y la notoriedad dentro del marco de la “megalomanía individualista, del rechazo de la moral, de la comodidad y el egoísmo”. Hace falta recuperar a cualquier precio valores como la preocupación por la verdad, el sentido de justicia, la responsabilidad, el respeto por la democracia, el elogio de la diferencia, la solidaridad o la vida del espíritu. Reconceptualizar El desarrollo sacrifica tanto a la sociedad como a su bienestar en favor de los “empresarios del desarrollo”, las firmas multinacionales, los dirigentes políticos, los tecnócratas y las mafias. Según Illich y Dunpy, dice Serge Latouche, “la economía, apropiándose de la naturaleza y haciendo de ella una mercancía, transforma la abundancia natural en escasez a través de la creación artificial de la carencia y la necesidad”. Se trata de hacer un cambio de valores que reconduzcan hacia una mirada diferente sobre la realidad. En este sentido, reconceptualizar la riqueza en relación a la pobreza o la escasez sobre la abundancia. Reestructurar Significa adaptar el aparato de producción y las relaciones sociales a los nuevos valores. También apunta a la cuestión de la salida del capitalismo. Redistribuir Tiene un doble efecto positivo en la reducción del consumo: por un lado, de forma directa, reduciendo el poder y los medios de la “clase consumidora mundial” y, muy particularmente, de la oligarquía de los grandes depredadores; por otro, de maera indirecta, disminuyendo la invitación al consumo ostentoso. El Norte ha adquirido una enorme deuda con el Sur que haría falta reembolsar, pero no tanto en concepto de donaciones sino por medio de una disminución de las explotaciones en territorio tercermundista. La impronta ecológica es un buen instrumento para determinar los derechos de explotación de cada cual. Relocalizar Serge Latouche se refiere con ello a producir localmente, a través de empresas locales, los bienes esenciales para satisfacer las necesidades de la población. Si bien las ideas tienen que ignorar las fronteras, los movimientos de mercancías y de capitales se tienen que limitar a lo indispensable, se debe recuperar el anclaje territorial.Reducir Disminuir, en primer lugar, el impacto en la biosfera de nuestra manera de producir y consumir. También las horas de trabajo y el consumo sanitario, especialmente en cuanto a los medicamentos; así como el turismo de masas: el deseo de viajar y el gusto por la aventura están inscritos en el corazón humano, pero la industria ha convertido este deseo en consumo mercantil destructor del medio ambiente. Reciclar Aprender a reciclar los recursos disponibles y combatir la obsolescencia programada. Reutilizar Y un poco lo que describe Latouche es lo que cuenta Charles Chaplin en su Film del año 1936 Tiempos modernos: Tiempos ModernosY aquí cabe recordar la paradoja de Jevons quien describe que a medida que el perfeccionamiento tecnológico aumenta la eficiencia con la que se usa un recurso, es más probable un aumento del consumo de dicho recurso que una disminución. Concretamente, la paradoja de Jevons implica que la introducción de tecnologías con mayor eficiencia energética pueden, a la postre, aumentar el consumo total de energía-Carlos Taibo también nos dice sobre decrecimiento que cualquier propuesta del capitalismo en el mundo opulento del siglo XXI tiene que ser por definición decrecentista, autogestionaria y antipatriarcal y si le falta alguno de estos tres pivotes es de temer que le hace el juego al sistema que dice contestar.